SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El concepto de “poder”.-

En una relación de trabajo por cuenta ajena, el dueño de los medios de trabajo, el capitalista, es el que tiene el dominio, el control, del proceso de trabajo. Decide cuándo empieza y cuándo acaba, qué se produce, lleva la dirección de todo el proceso y decide sobre el uso que se da al producto obtenido. El conjunto de los capitalistas decide, por lo tanto, lo que se hace, y cómo, en el conjunto de la producción (con las consideraciones que hemos visto para la parte de producción no capitalista).

El capital, en su desarrollo, en su reproducción, precisa una serie de apoyos, sin los que no podría existir ni reproducirse; a esos apoyos los hemos llamado instituciones.

Esas instituciones no funcionan desempeñando cada una su tarea por su lado, sino que lo hacen siguiendo un impulso ordenado. A ese conjunto de instituciones ordenado y siguiendo un impulso unitario (quiere decir, persiguiendo una misma finalidad esencial), le hemos llamado Estado.

La producción, el capital en nuestro caso, es quien crea, mantiene y por lo tanto, señala la dirección en las tareas de las instituciones. Veíamos cómo los equipos que se proponen como candidatos  para dirigir las instituciones, los partidos políticos, encuentran ya acotado el terreno en el que se han de mover sus propuestas (en otro caso, éstas no tendrían ninguna viabilidad).

A esta capacidad para crear, mantener y señalar la dirección a las instituciones se llama “el poder”. Naturalmente para llegar a hacer esto, hay que haber llegado antes a dirigir la producción.

Las instituciones en consecuencia, son instrumentos de poder, no son el poder. Esto lo aprendió muy bien un dirigente socialista que, después de llevar unos meses en la dirección del Estado, después de haber ganado unas elecciones decía: “¡ojo! solo hemos ganado, solo tenemos, el Gobierno, no el poder”.

Las instituciones (Gobierno, jueces, Parlamento), no tienen poder propio, no se autodirigen. El terreno en que desempeñan su función está señalado de antemano. Fuera de ese terreno acotado, les falta el oxigeno, les falta el impulso. La producción es el oxígeno, la producción es el impulso, la producción es el poder.

A veces se habla del poder económico, del poder político y del poder ideológico. El primero seria el que la gente llama el “poder del dinero”; el segundo sería el poder de las instituciones (el poder de los militares, el poder de los jueces, el poder de los políticos);  y el tercero sería el de los intelectuales, los curas, la radio, la tele, la prensa. En realidad, si nos fijamos bien, solo el primero es el poder. Todos los demás citados, o son instituciones, o son empresas. Si son instituciones (radio y tele del Estado, militares, jueces, políticos y curas), ya hemos visto quién las paga y les señala el terreno de juego. Si se trata de empresas (prensa, radio y televisiones privadas), deberán obedecer, primero de todo a la ley de la ganancia máxima, o también es posible en este tipo de empresas, defenderán a la parte del capital que las financia. Es decir, hablar de poder político o ideológico, es una forma de hablar de las instituciones llamándolas de otra forma o con otras palabras.

Sin embargo, hablar de poder económico es repetir dos veces el mismo concepto. La economía, cuando viene referida a una forma concreta, la economía capitalista, por ejemplo, ya lleva en su interior los instrumentos de poder a su servicio. Sin las leyes que dicen quién es el propietario, cuáles son sus derechos, qué tribunales los defienden, cuales son los deberes del trabajador, y sus derechos, no habría economía capitalista. Es decir, la producción no señala a las instituciones sus funciones para que le presten una ayuda en caso de que falle algo, no. La función de las instituciones penetra la producción hasta el fondo de su propio ser, dándole la estructura y la forma que tiene, y luego, tienen que seguir actuando durante la reproducción, para que siga ésta manteniendo la misma entidad (para que el capitalista siga siendo capitalista, y el trabajador asalariado, trabajador asalariado).

Por lo tanto, no existe la economía capitalista, y a su lado las instituciones del  Estado, no. Las instituciones, el Estado, están en el corazón de la economía capitalista, como hemos visto. Los parlamentarios y los jueces entran en la producción misma para definir y mantener los papeles, las funciones de cada uno, las del capitalista y la del trabajador. Y si para mantenerlas y defenderlas hace falta la policía, ésta entrará también, es parte de su construcción. La producción capitalista, el trabajo por cuenta ajena, lo construyen los capitalistas, los trabajadores, los legisladores, los jueces, los policías. Todos ellos juntos. Lo construyen, y reproducen cada día las condiciones de su reproducción.

Por eso, es mejor hablar de poder. Los instrumentos de poder, son solo eso, instrumentos de poder.

Los ejemplos históricos que podamos poner no harán más que confirmar lo dicho. Al comienzo del Gobierno del General Franco hubo la propuesta, por parte de los falangistas (una especie de partido político que apoyaba al Gobierno), de que el jefe de empresa fuese distinto del propietario y fuese elegido. No prosperó la propuesta porque no se correspondía con las exigencias de la reproducción del capital, que era la tarea que éste último señalaba al Gobierno militar, pues para eso lo financió, comprándole armas y corriendo con todos los gastos del levantamiento contra el Gobierno de la República. También el Gobierno de la República se movía dentro de los límites que le señalaba la reproducción del capital, pero una parte de éste, del capital, temió que el rumbo que tomaba el último gobierno republicano, podía poner en peligro la reproducción en la forma que él prefería, (por ejemplo, la que le ofreció Franco durante cerca de cuarenta años). Sin embargo, el paso del último gobierno de Franco, al primero de Adolfo Suárez, le pareció bien al capital, dado que uno y otro cumplían las condiciones de su reproducción, este último quizá con más facilidades para el movimiento de los capitales con Europa y Norteamérica. Es decir, al capital le da igual qué tipo de institución concreta le asegura una reproducción cómoda. Le da igual que se trate de un gobierno militar o civil, que haya partidos políticos o no, que la prensa, la radio y la televisión las cree directamente el Gobierno, o que sean empresas  privadas del capitalista que quiera crearlas, lo único que exige es que sean un buen instrumento para su buen caminar.

Otro ejemplo que enseña bien dónde está el poder y cómo condiciona el papel de las instituciones, es lo que se llamó la revolución bolchevique o comunista en Rusia en el año 1.917.

En este año, la producción rusa estaba en manos, fundamentalmente, de los propietarios industriales y de los grandes propietarios agrícolas (éstos mismos combinaban estas propiedades con el dinero que tenían en los bancos). Ellos señalaban a las instituciones rusas (el Estado), las funciones que correspondían a un desarrollo de sus capitales que contara con los intereses de la mediana y pequeña propiedad campesina, claro está.

En esa situación, y como consecuencia de la primera guerra mundial, en que el ejército ruso se está llevando la peor parte y se retira de los principales frentes, las demás instituciones comienzan un reajuste que permita mantener a los propietarios al menos lo esencial de la producción en sus manos. Comienzan echando al Zar (una especie de emperador), creándose un  gobierno provisional; pero éste tampoco dura mucho, y lo que viene es un hundimiento de todas las instituciones. Esto quiere decir que se interrumpe el curso de la reproducción tal como iba hasta entonces, sin que los antiguos propietarios dispongan ya de los instrumentos que componían su poder. No hay ejército, ni policías, ni jueces, ni Iglesia; mejor dicho, lo que queda de esas instituciones no tiene ese impulso unitario que indica la dirección de sus funciones: la producción se ha desorganizado.

Lenin improvisa, con su partido bolchevique, un ejército, una policía  y unos funcionarios, y monta un gobierno provisional, junto con los representantes de los pequeños y medianos campesinos.

Lo primero que hace este gobierno es decir quiénes son los dueños de la producción (industria, transportes, bancos y grandes propiedades agrícolas): el pueblo trabajador. Los antiguos grandes propietarios son expropiados sin indemnización y la propiedad pasa al estado, que la recibe en nombre de los trabajadores.

Aquí se ve cómo la violencia organizada (el nuevo ejército de soldados y campesinos) y la organización del consentimiento (el partido bolchevique), están presentes en la creación de las condiciones de la  nueva producción (la producción que luego se llamará comunista). El estado (violencia y formación de conciencia)  está presente en el nacimiento de la nueva producción (en realidad forma parte de ella), y luego son las condiciones, los instrumentos de sus reproducción.

Una vez decidida la forma que tendrá la producción, ésta (los que manden en la producción) será quién indique la dirección que han de seguir las instituciones (las nuevas y lo que quede de las antiguas). Y así se hizo. El Estado que fue el verdadero propietario de la producción –aunque en nombre del pueblo-, fue quien fue dando forma a las nuevas instituciones y liquidando o reformando las antiguas.

Como el Estado fue copado (ocupado) por el partido bolchevique (posteriormente llamado comunista), ha sido éste quien ha ocupado el poder hasta fechas muy recientes.

Vemos, en consecuencia, que el poder en Rusia (luego Unión Soviética) lo tenía el Estado. Esto podría resultar contrario a lo que hemos visto en el capitalismo, que quien tiene el poder es el que manda en la producción, y por mandar en la producción es quien guía a las instituciones (al Estado). Pero lo que ocurrió en la Unión Soviética es que el Estado era el dueño de la producción y como tal dueño de la producción, tenía poder propio, no solo era, el estado soviético, instrumento del poder, sino el poder mismo.

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